No logro descifrar que hilos se movieron en mi interior desde el momento que llegó a mí el poema de Horacio Iturralde. Esos dos pájaros no pararon de picotear en mi cabeza, segundo a segundo, rutinariamente, acompasadamente, como las agujas de un viejo reloj de pared, con su péndulo meciéndose al compás de la vida que transcurre en el flujo de las horas que marca, como las gotas de un grifo mal cerrado que lentamente, una tras otra, golpean sobre la bacha de metal que las recibe primero con ansia, luego con preocupación y finalmente con ira. Los dos pájaros picotean mi cabeza, la pican, la pican y la pican. Me toco en este momento el centro mismo de mi cabeza cubierta de pelos semirubios y no encuentro el agujero, pero estoy seguro que allí se abrió algo, una ventana quizás, una puerta, un puente. Los dos pájaros confían en sus cables como yo en esta silla, en esta mesa, en este vino rosso de la Toscana, en este plato de pasta, en esta Roma que me acoge tan momentáneamente como esta hoja a mi lapicera. Los dos pájaros miran hacia abajo y ven ese doble horizonte: la calle/el abismo. Mi venas son mis calles, mi alma el abismo. Necesito encontrar a ese poeta, lo necesito imperiosamente, lo siento tan necesario como la segunda botella que estoy a punto de pedir. No sé que hilos se movieron, no sé que serie de eventos contingentes se desplegó en el complejo espacio-temporal para que lleguen a mí esas líneas. Lo que sí sé (porque siempre el desconocimiento de algo involucra, al menos, conocer la existencia de ese desconocimiento) es que debo volver a Buenos Aires y buscar a ese poeta si es que existe, si es que vive, si es que respira. Necesito darle las gracias.
:: Laberintos en el Aire ::
Un laberinto es una figura. Es tanto un juego como un castigo. Un desafío como un sinsentido. En un laberinto algunos se pierden, otros se encuentran y otros simplemente deambulan. Para todos ellos no hay entradas ni salidas, sólo caminos. No saben por qué están allí, tampoco saben si saldrán, no saben si encontrarán lo que no saben que buscan y mucho menos saben que no saben que buscan algo que no saben lo que es. Lisa y llanamente: se están buscando a sí mismos o a otros o a nadie.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Diarios de Viaje
No logro descifrar que hilos se movieron en mi interior desde el momento que llegó a mí el poema de Horacio Iturralde. Esos dos pájaros no pararon de picotear en mi cabeza, segundo a segundo, rutinariamente, acompasadamente, como las agujas de un viejo reloj de pared, con su péndulo meciéndose al compás de la vida que transcurre en el flujo de las horas que marca, como las gotas de un grifo mal cerrado que lentamente, una tras otra, golpean sobre la bacha de metal que las recibe primero con ansia, luego con preocupación y finalmente con ira. Los dos pájaros picotean mi cabeza, la pican, la pican y la pican. Me toco en este momento el centro mismo de mi cabeza cubierta de pelos semirubios y no encuentro el agujero, pero estoy seguro que allí se abrió algo, una ventana quizás, una puerta, un puente. Los dos pájaros confían en sus cables como yo en esta silla, en esta mesa, en este vino rosso de la Toscana, en este plato de pasta, en esta Roma que me acoge tan momentáneamente como esta hoja a mi lapicera. Los dos pájaros miran hacia abajo y ven ese doble horizonte: la calle/el abismo. Mi venas son mis calles, mi alma el abismo. Necesito encontrar a ese poeta, lo necesito imperiosamente, lo siento tan necesario como la segunda botella que estoy a punto de pedir. No sé que hilos se movieron, no sé que serie de eventos contingentes se desplegó en el complejo espacio-temporal para que lleguen a mí esas líneas. Lo que sí sé (porque siempre el desconocimiento de algo involucra, al menos, conocer la existencia de ese desconocimiento) es que debo volver a Buenos Aires y buscar a ese poeta si es que existe, si es que vive, si es que respira. Necesito darle las gracias.
martes, 4 de septiembre de 2012
Diarios de Viaje
Ayer llegó a mi un poema. La conferencia en Madrid fue un caos, no la conferencia en sí la cual asumo fue al menos aceptable, sino más bien las cosas que pasaron a su alrededor. Todavía no me recupero del enrevesado encuentro en el que me vi envuelto. Sin embargo Roma me acogió mágicamente. En el aeropuerto mismo ya me sentía un paso mas cerca de casa. De todos modos lo importante aquí es cómo llegó a mis manos este poema. Yo estaba tomando una birra Moretti en el bar del hotel, haciendo lo que hace cualquier turista: escuchando conversaciones ajenas mientras chequeaba mis mails. Uno de esos mails era de un remitente desconocido, esas cadenas forwardeadas que el 99% de las veces están destinadas a la papelera de reciclaje. La cuestión es que esta vez no lo hice y no sé si por aburrimiento o abulia lo abrí. Era una invitación a la presentación de un libro de poesía inédito de un poeta que para mi era desconocido. En el mail había adjunta una poesía, supongo que para cautivar posibles lectores (yo). La lectura de la misma me hizo conectar con el poeta, cosas inexplicables que sólo suceden en ciertos momentos, en ciertos lugares y sólo bajo ciertas circunstancias. He decidido hoy por la mañana que ni bien llegue a Buenos Aires me haré de ese libro y si es posible buscaré por todas las formas llegar a ese poeta. Quiero conocerle la cara (alma) a quién virtualmente acarició la mía. Esta es la poesía:
El peso de las plumas de Horacio Iturralde.
martes, 28 de agosto de 2012
Diarios de viaje
lunes, 18 de junio de 2012
Diarios de Viaje
El horizonte me parece ahora un espejismo, y la niebla que lo habita un halo de misterio. Yo estoy acá, sentado, escribiendo para variar. Me alejé de todo, de todo lo poco o mucho que tenía reservado para mí la gran ciudad. Pero también me alejé de la carretera, aunque más no sea por un tiempo. El aire de mar, el ruido de las olas, la espuma del mar y el olor a pescado me devuelven las ganas de seguir adelante. Sin embargo, lo que más me asombrar son los pescadores, esos seres recortados en la bruma, pacientes, siempre expectantes, los más optimistas dentro de los optimistas. Los veo bajar y subir sus mediomundos, encarnar sus anzuelos, arrojar sus líneas a la inmensidad del mar, siempre con sus ojos clavados en el agua. Y lo que me emociona: los veo saber que ésta será la vez que el mar les devuelva sus redes llenas. Lo mismo para todas las veces, y ellos siguen, firmes, cual quijotes contra el viento, contra los molinos interminables del azar. Ellos saben que ésta será la vez. Simplemente lo saben, y se zambullen junto con sus anzuelos en el frío mar, jugando, pescando, buscando, viviendo. En ellos me siento reflejado, de alguna u otra manera. Ellos buscan peces, yo busco caminos. Ellos pescan, yo escribo.
viernes, 18 de mayo de 2012
Diarios de Viaje
miércoles, 16 de mayo de 2012
Diarios de Viaje
viernes, 30 de marzo de 2012
Diarios de Viaje
XXI. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.
Cuarta parte...
Recuerdo también un instante, un efímero intersticio entre dos mundos. El hueco abierto que se llena de golpe. Como si una inmensa represa misteriosamente desapareciera, esparciendo todo su embalse en una décima de segundo sobre lo que hasta hace instantes era una delgada línea de agua. Como si de un grifo de dimensiones descomunales se tratase, como si éste fuese abierto repentinamente gracias a un movimiento giratorio súbitamente inesperado de las impolutas muñecas de Dios. Como si la nada misma estuviese llenándose allí sin más, en ese preciso instante, de una sustancia desconocida. Los dos mundos mágicamente quedaron entonces suspendidos en el éter cual dos pájaros sobre el tendido eléctrico, aunque separados, parados sobre el mismo abismo. Todo se materializó en ese instante y ya no importó nada más. El mundo abajo dejó de girar y nosotros, dos pájaros solitarios, pudimos cantar al unísono, al menos el tiempo que duró el instante.