viernes, 28 de septiembre de 2012

Diarios de Viaje

XXVII. Juan Martin Varela. La noche siguiente en un ristorante de la zona del Trastevere.

No logro descifrar que hilos se movieron en mi interior desde el momento que llegó a mí el poema de Horacio Iturralde. Esos dos pájaros no pararon de picotear en mi cabeza, segundo a segundo, rutinariamente, acompasadamente, como las agujas de un viejo reloj de pared, con su péndulo meciéndose al compás de la vida que transcurre en el flujo de las horas que marca, como las gotas de un grifo mal cerrado que lentamente, una tras otra, golpean sobre la bacha de metal que las recibe primero con ansia, luego con preocupación y finalmente con ira. Los dos pájaros picotean mi cabeza, la pican, la pican y la pican. Me toco en este momento el centro mismo de mi cabeza cubierta de pelos semirubios y no encuentro el agujero, pero estoy seguro que allí se abrió algo, una ventana quizás, una puerta, un puente. Los dos pájaros confían en sus cables como yo en esta silla, en esta mesa, en este vino rosso de la Toscana, en este plato de pasta, en esta Roma que me acoge tan momentáneamente como esta hoja a mi lapicera. Los dos pájaros miran hacia abajo y ven ese doble horizonte: la calle/el abismo. Mi venas son mis calles, mi alma el abismo. Necesito encontrar a ese poeta, lo necesito imperiosamente, lo siento tan necesario como la segunda botella que estoy a punto de pedir. No sé que hilos se movieron, no sé que serie de eventos contingentes se desplegó en el complejo espacio-temporal para que lleguen a mí esas líneas. Lo que sí sé (porque siempre el desconocimiento de algo involucra, al menos, conocer la existencia de ese desconocimiento) es que debo volver a Buenos Aires y buscar a ese poeta si es que existe, si es que vive, si es que respira. Necesito darle las gracias.

martes, 4 de septiembre de 2012

Diarios de Viaje

XXVI. Juan Martin Varela. Desayunando en un café cerca de Termini, Roma.

Ayer llegó a mi un poema. La conferencia en Madrid fue un caos, no la conferencia en sí la cual asumo fue al menos aceptable, sino más bien las cosas que pasaron a su alrededor. Todavía no me recupero del enrevesado encuentro en el que me vi envuelto. Sin embargo Roma me acogió mágicamente. En el aeropuerto mismo ya me sentía un paso mas cerca de casa. De todos modos lo importante aquí es cómo llegó a mis manos este poema. Yo estaba tomando una birra Moretti en el bar del hotel, haciendo lo que hace cualquier turista: escuchando conversaciones ajenas mientras chequeaba mis mails. Uno de esos mails era de un remitente desconocido, esas cadenas forwardeadas que el 99% de las veces están destinadas a la papelera de reciclaje. La cuestión es que esta vez no lo hice y no sé si por aburrimiento o abulia lo abrí. Era una invitación a la presentación de un libro de poesía inédito de un poeta que para mi era desconocido. En el mail había adjunta una poesía, supongo que para cautivar posibles lectores (yo). La lectura de la misma me hizo conectar con el poeta, cosas inexplicables que sólo suceden en ciertos momentos, en ciertos lugares y sólo bajo ciertas circunstancias. He decidido hoy por la mañana que ni bien llegue a Buenos Aires me haré de ese libro y si es posible buscaré por todas las formas llegar a ese poeta. Quiero conocerle la cara (alma) a quién virtualmente acarició la mía. Esta es la poesía:

El peso de las plumas de Horacio Iturralde.


La televisión está prendida
y el hilo del cual pende cada instante
soporta el peso del mundo
los dos pájaros posados
sobre el tendido eléctrico
son testigos de la velocidad
de la eterna cadencia
en la que se mueven los cuerpos
allí abajo, allí lejos, en otra realidad
que los incluye pero no los comprende
que los excluye pero no los libera
los dos pájaros conocen el cable
aunque no saben para qué sirve
les basta saber que soportan
el gran peso de sus plumas
más abajo sólo hay una cosa
la calle/el abismo.

martes, 28 de agosto de 2012

Diarios de viaje

XXV. Diario de María Santisteban. Su departamento, sobre la mesa de la cocina.

En el cuarto está durmiendo Ale. No soporté más dormir a su lado, sentir su respiración acompasada sobre las sábanas. La noche dio tantas vueltas que ya siento que me caí de la calesita. El problema es que no sé donde aterrice. Bueno, por el momento en la cocina, en mi diario. No sé que va a pasar a partir de hoy, sinceramente no lo sé, sin embargo sé que nada va a ser igual. Cada vez que Ale apareció en mi vida mis tuercas se desajustaron y tuve que rearmarme, reafirmarme, reamarme. Eso siempre es lo bueno de que aparezca Ale, la sensación de sentirme amada. No sé como lo hace, pero me dice lo que siente, lo que REALMENTE siente. Me parece algo inconcebible, a mí que jamás se me cruzó que algo que se siente se pudiese decir. Siempre creí que las palabras van por otro lado que el corazón, que toman otro camino, que en algún momento de la historia sus caminos se bifurcaron para jamás reunirse. Pero Ale insiste en que no es así, en que a él expresar lo que siente lo alivia, lo llena de emoción, lo vive a flor de piel, siente que lo expulsa al vacío, que no es quién para retener para así algo tan tierno (esas son sus palabras), que me corresponde, que eso me pertenece. A mi se me revuelve todo, no sé que decir, me quedo quieta como perdida sin poder responderle. Y yo sé que el espera una respuesta, lo sé, pero no puedo decirle nada. Lo quiero, sé que lo quiero, pero si no me obliga (porque él también lo sabe) no se lo puedo decir. Hoy me dijo: "vos me querés, conmigo la pasás bien, te hago reir..." y yo no hacía más que asentir. Y al segundo me dijo: "¿Por qué, entonces, no querés estar conmigo?" Y asentí. Tiene razón. No sé si quiero o no quiero pero lo que sé es que no estoy con él aunque no sé por qué. No sé nada. Quisiera estar con él pero no puedo. ¿Por qué? No lo sé. Simplemente no puedo. Hoy me preguntó si realmente no quería verlo más. Le dije que sí, pero es no. Quiero verlo, pero no puedo. El no me gobierna, no sé por qué. O sí. Quizás sea porque no sé nada. El sí sabe, y eso es lo que me destruye, él sabe que me quiere, y sabe que quiere estar conmigo y sabe que esta haciendo lo que le dice su corazón y sabe que está siendo fiel a sí mismo y sabe que quiere intentar algo, aunque más no sea un intento vano, un intento fútil, sabe que quiere que yo quiera estar con el pero no sabe que yo quiero estar con él y que simplemente no puedo y sabe que yo lo quiero y sabe que la paso bien con él y sabe que me hace reir y sabe por sobre todas las cosas que todo lo que hace lo hace apasionadamente y sabe que eso lo reconforta cuando yo le digo que no lo quiero ver más. Él sabe todo eso y yo no sé nada ¿Como podría estar con él aunque quisiera?

lunes, 18 de junio de 2012

Diarios de Viaje

XXIV. Rogelio Segismundo Ortiz. Un banco en el muelle en La Lucila del Mar.

El horizonte me parece ahora un espejismo, y la niebla que lo habita un halo de misterio. Yo estoy acá, sentado, escribiendo para variar. Me alejé de todo, de todo lo poco o mucho que tenía reservado para mí la gran ciudad. Pero también me alejé de la carretera, aunque más no sea por un tiempo. El aire de mar, el ruido de las olas, la espuma del mar y el olor a pescado me devuelven las ganas de seguir adelante. Sin embargo, lo que más me asombrar son los pescadores, esos seres recortados en la bruma, pacientes, siempre expectantes, los más optimistas dentro de los optimistas. Los veo bajar y subir sus mediomundos, encarnar sus anzuelos, arrojar sus líneas a la inmensidad del mar, siempre con sus ojos clavados en el agua. Y lo que me emociona: los veo saber que ésta será la vez que el mar les devuelva sus redes llenas. Lo mismo para todas las veces, y ellos siguen, firmes, cual quijotes contra el viento, contra los molinos interminables del azar. Ellos saben que ésta será la vez. Simplemente lo saben, y se zambullen junto con sus anzuelos en el frío mar, jugando, pescando, buscando, viviendo. En ellos me siento reflejado, de alguna u otra manera. Ellos buscan peces, yo busco caminos. Ellos pescan, yo escribo.

viernes, 18 de mayo de 2012

Diarios de Viaje

XXIII. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.


Sexta parte...

"It's hard to tell that the world we live in is either a reality or a dream". Esa es la última frase de la película que fuimos a ver cuando todavía eramos dos pájaros volando libres, sin tendidos eléctricos donde reposar de nuestras veloces vidas. No sé por qué razón no puedo dejar de pensar en esa frase después de lo de anoche. Es como si la película vuelva a enrollarse sobre su carretel, a velocidades ultrasónicas, para volver a ser pasada en cualquier cine de cualquier ciudad, con la extraña sensación de estar nosotros dos siempre presentes en la sala. En la visión no vemos la película sino que la vivimos. Y lo que es aún más extraño: no vivimos toda la película sino solamente su escena final. Yo estoy allí, al igual que el actor, parado, aplastado contra la pared, en una habitación que no es la mía, a la cual no sé como llegué ni cómo voy a salir, parado, con mi espalda tiesa, con mis nervios de punta y con mi cara fría, rígida, expectante, esperando el desenlace fatal de los eventos por venir. Allí estoy yo, como el actor, parado, y allí entra ella, sin verme, sin verlo, en principio, como buscando algo, con su mirada perdida, con su vestido de flores reluciente, con su pelo a medio peinar y su cara relajada buscando la ventana interior de la habitación, la cual no existe, la cual no se puede ver, sólo se la puede sentir, y, allí los dos, sin vernos, sin sabernos, pero sintiéndonos, hasta el fatídico momento en que ella caminando para atrás se choca con mi cuerpo, con su cuerpo, y en ese momento la escena se detiene, el mundo se detiene, y la cámara entra en éxtasis, al igual que los cuerpos por ella retratados, los pies desnudos, descalzos se rozan, las sensaciones brotan desde la punta de los pies y fluyen hasta la última célula ubicada en el último receptor nervioso de lo que la biología occidental convino en llamar cerebro, y descarga allí su virulento manojo de emociones nerviosas que despiertan a los otros cinco sentidos, rehaciendo el instante y haciéndonos dar cuenta que ya no somos dos cuerpos sino uno, que ya no somos dos sacos de huesos sino un solo esqueleto recubierto de cálidas carnes que sienten, que no son sólo puñados de tejidos sino que tienen ese algo más que las hace únicas, y cuando ella se da vuelta me encuentra, lo encuentra, de frente, con los ojos clavados en su frente, bajando hasta sus propios ojos, cuando ambos se cruzan estallan las estrellas y la supernova explota generando una lluvia de materiales cósmicos por todo el universo, la balanza que aparece bajo nuestros pies desnudos, descalzos, se clava en el cero, los sacos de huesos pasan de estado sólido a estado gaseoso y de allí al éter, el peso del mundo se disuelve en la falta de peso de nuestros cuerpo y ya somos parte de un todo universal compuesto de materiales cósmicos, aquellos materiales esparcidos por la supernova se fusionan en un instante del continuo espacio-temporal conformado por dos almas errantes efervescentes. Allí la cámara enfoca la balanza, clavada en el cero, y la imagen se va perdiendo, difuminándose hacia el vacío. Entonces la frase cobra sentido y como en un sueño se hace realidad.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Diarios de Viaje


XXII. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Quinta parte...

Pasó algo anoche que ahora recordándolo me hace esbozar una sonrisa. Recuerdo que jugamos un juego, no sé si fui yo o ella quien lo propuso, pero, en cierto momento de la noche, ya despojados de nuestras ropas, nos vimos envueltos en risas y palmadas cual si de dos niños se tratase. Claramente tuvimos una regresión, una regresión compartida, bipartita en todo caso (yo no fui el único que jugó a ser un niño-adulto). Era un juego de niños por la forma pero su contenido era el de un juego de adultos. El juego consistía en lo siguiente: alternativamente uno de los dos se tapaba los ojos, no valía hacer trampa, era vital mantener los ojos cerrados. Entonces, el otro tomaba un libro de su biblioteca (que amontonaba libros dispares pero que en su mayoría habíamos leído ambos) y lo abría aleatoriamente en una de sus páginas, dejando al azar hacer su truco, y comenzaba a leer en voz alta la primer frase que encontraba. El que estaba con los ojos tapados debía adivinar nombre del autor y libro. Y así se continuaba por un tiempo indeterminado, pudieron haber sido unos cuantos minutos, quizás horas. No había ganador ni perdedor, lo importante era vivir el juego, saber que estabamos jugando, disfrutar el juego en cada uno de sus instantes. Ella adivinó casi todos los libros que yo le leía, supongo que porque eran sus libros. Pero yo tampoco me quedé atrás. Si alguien hubiese visto aquella situación seguramente se hubiese reído, o llorado de verguenza ajena, no lo sé. Parecía un juego de locos, pero de locos felices, juguetones, inofensivos, dispersos entre las estrellas, locos al estilo Rantés, bajados a tierra con una verdad reveladora, sin pretender más que comprensión. Así supongo que nos verían, aunque sin embargo, poco me importa lo que pudieran haber pensado potenciales voyeuristas. La única verdad es que ambos estabamos allí jugando a penetrar en nuestros mundos literarios, asumo yo, ahora, que para conocernos un poco mejor. No hay mejor forma de conocer al otro que mediante su literatura, sobre todo, si ambas personas son del tipo literario. Lo mas gracioso de la situación haya sido quizás que el juego transcurría en penumbras, los dos totalmente desnudos, sin tocarnos, sin mirarnos, sin desearnos. Ya nos habíamos deseado y ya nos desearíamos luego. Era la desnudez literaria hecha carne, atravesada por todos los sentidos (menos la vista, claro). Al recordarlo ahora nuevamente sonrío y me digo a mí mismo que estuvo bien, que ese momento fue sublime, que durante todo ese instante el juego se pareció bastante a la vida.

viernes, 30 de marzo de 2012

Diarios de Viaje

XXI. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Cuarta parte...

Recuerdo también un instante, un efímero intersticio entre dos mundos. El hueco abierto que se llena de golpe. Como si una inmensa represa misteriosamente desapareciera, esparciendo todo su embalse en una décima de segundo sobre lo que hasta hace instantes era una delgada línea de agua. Como si de un grifo de dimensiones descomunales se tratase, como si éste fuese abierto repentinamente gracias a un movimiento giratorio súbitamente inesperado de las impolutas muñecas de Dios. Como si la nada misma estuviese llenándose allí sin más, en ese preciso instante, de una sustancia desconocida. Los dos mundos mágicamente quedaron entonces suspendidos en el éter cual dos pájaros sobre el tendido eléctrico, aunque separados, parados sobre el mismo abismo. Todo se materializó en ese instante y ya no importó nada más. El mundo abajo dejó de girar y nosotros, dos pájaros solitarios, pudimos cantar al unísono, al menos el tiempo que duró el instante.

domingo, 18 de marzo de 2012

Diarios de Viaje

XX. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Tercera parte...

Los segundos se hicieron minutos y los minutos, al juntarse de a sesenta, fueron convirtiéndose en horas. La noche se hizo de día y yo desperté sobresaltado con los primeros rayos de luz de la mañana. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana, la abrí y asomé mi cabeza hacia fuera. Abajo la ciudad comenzaba a moverse en otro día gris en la ciudad de Buenos Aires, las gentes iban y venían allá abajo, en el otro mundo que era la vida cotidiana. Acá adentro todo se había trastocado, todo había quedado boca arriba: y con todo me refiero a todo. Di vuelta mi cabeza y vi por el piso unos cuantos libros, algunos abiertos, otros cerrados, otros apilados en un rincón. Había dos tazas a medio tomar sobre la cómoda y ropa desperdigada por el suelo. Sin pensarlo me acerqué a un libro que estaba abierto por la mitad, era un libro de poesía, la poesía completa de Alejandra Pizarnik. Lo levanté y lo leí en la página que estaba abierta:

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.

Me pregunté a mí mismo qué hacía ese libro allí y por qué estaba abierto en esa página, no pude darme una respuesta satisfactoria pero sabía que esas líneas las tenía frescas en mi memoria, la noche anterior habían sido recitadas en esa misma habitación. Dejé el libro sobre una mesita de luz y allí vi el espectáculo en todo su esplendor: María yacía desnuda sobre la cama, con la sábana blanca con vivos rosas apretujada sobre su cintura. Dormía profundamente, su cara destilaba una tranquilidad que jamás había visto en mujer alguna. Las piezas empezaron a cuajar de repente en el rompecabezas que tenía desplegado frente a mis ojos. Yo había dormido allí, con ella, habíamos hecho el amor. En la habitación se respiraba un aire denso, espeso, cargado de una mezcla inconsistente y lejana de humo a cigarrillo, sahumerios, alcohol y sexo. La mezcla perfecta para una noche para el olvido. O no. Lo cierto es que pese a tal combinación de aromas, se respiraba un olor agradable, aunque no estoy seguro que lo agradable sean los olores o los recuerdos vagos y borrosos que esos olores traían a mi memoria. Parado allí, observándola, me dije que nada pudo haber salido mal. Estuve casi en lo cierto, al menos por esa noche. La noche había sido perfecta, una buena dosis de café, seguida de cigarrillos, charlas, miradas, gestos, una copa de vino que nunca supe de dónde salió, y luego otra, y otra, y otra, y luego libros, muchos libros, frases de libros, autores, poesías, lecturas de poesías, historias de amor, una charla sobre las mas profundas historias de amor que hayamos leído, aparecieron los nombres de Alejandra y Martín, los de Oliverio y la Maga, hasta aparecieron los nombres de dos desconocidos para mi, Amalfitano y Padilla, luego más vino, más poesía, más vino, y por fin la poesía de Alejandra. Eso fue lo último que recuerdo con cierta claridad, a partir de allí las cosas se precipitaron repentinamente, con las ropas volando por los aires y aterrizando cual hojas del otoño en el parquet de la habitación. Recuerdo haber revoleado un corpiño de encaje blanco y una diminuta bombacha negra y también recuerdo lo costoso que fue para María descifrar la hebilla de mi cinturón. Recuerdo que luego comenzó una batalla sin cuartel ni tregua, una batalla de lenguas, risas, pequeños tormentos y pequeñas humillaciones, las batallas de los cuerpos desnudos, las únicas batallas que se pueden librar dentro de cuatro paredes. La batalla que se convierte en danza y la danza que se convierte opera y la opera que se convierte en cuadro y el cuadro que se transforma en partitura y la partitura que se vuelve poesía y la poesía que lo abarca todo y ya no puede convertirse en nada más.

lunes, 12 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

A bordo del vuelo 1141

El cuerpo alado sobrevuela el océano a bordo de un cuerpo alado. Es el camino de retorno. A modo de nota final este humilde biógrafo quiere agradecer a la inmensidad del cuerpo alado por permitirle acompañarlo durante su viaje, tanto el interior como el exterior. Al cuerpo alado se lo ve cansado pero feliz, con ganas de más, pero satisfecho. Sabe que allá, en su hogar, lo esperan seres querido, amigos, familia y esas cinco letras también. Siente que nada pudo haber sido mejor y que de nada está arrepentido. El viaje fue, es y será el camino, se repite hasta el cansancio. El cuerpo alado se prepara para descender del cuerpo alado, mostrar su pasaporte, y entrar en lo que desde pequeño le dijeron que era su tierra. Sin embargo, el sabe que nada de eso es cierto. El no tiene tierra, todas son sus tierras. Su límite es la vida, su pasión caminar.

sábado, 10 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Momentos auráticos

Otra vez en la cuna madre de la civilización occidental. O como quiera llamársele a la vecchia Roma. El cuerpo alado reposa, en cuerpo y espíritu, sobre una mesa de un bar, aclimatándose, acostumbrándose a los climas templados (o al menos un poco mas templados) en su inevitable camino de regreso. Esta vez la ciudad lo acogerá un par de días, los necesarios para hacer un poco de turismo, ponerse la ropa de un simple transeúnte y recorrer las calles de la otrora capital del imperio. El cuerpo alado se regocija ante la magnificencia de la arquitectura, reflexiona, piensa, se saca el sombrero frente a la gran empresa del Hombre. Cada resquicio, cada recoveco, cada minúscula calle de la ciudad parece decirle algo. Son las voces de los antiguos iluminados. Piedra sobre piedra, la ciudad se alza magnánima. Cada Iglesia contiene, más allá de su carga religiosa, un incalculable valor estético, artístico. Desde Miguel Ángel y Rafael hasta Giotto y Caravaggio, todos ellos y muchos más han dejado aquí su huella imborrable. El cuerpo alado apenas puede contener sus ganas de gritarle al mundo: “Qué placer estar acá!” No es algo que piense, ni que crea que es lo correcto decir, el algo que se le escapa por sus propios poros, es algo que siente en algún lugar muy profundo, en la carne, que escapa cualquier juicio y que escapa definitivamente a la razón. El alma henchida del cuerpo alado no cesa de engrandecerse a cada respiro, a cada vuelta de tuerca. No lo asombran tanto las cualidades artísticas de las obras que ve sino más bien lo que ellas producen en su propio interior. De algún modo lo reconcilian con la raza humana. Lo acercan a lo universal, lo alejan de lo inabarcable, de lo inaccesible, de lo estrictamente mundano. Lo arrojan al completo vacío de lo universal, y lo depositan allí donde otros supieron transformar la piedra en carne, crear a partir de la naturaleza cruda algo que puede ser perenne. No le interesan las convenciones ni los acuerdos sobre lo que es arte y lo que no, no le interesa en lo mas mínimo. Sabe que su momento aurático es aquí y ahora. Se siente afortunado, no por poder observar lo que otros concibieron, sino por saber que su alma está intacta y que sigue latiendo su corazón, que sigue sintiendo, que sigue viviendo. El cuerpo alado ahora llega a una conclusión reveladora: mientras él siga transitando caminos con corazón, el universal se le presentará en armonía. No hay razón para abandonar este viaje. Aquí, allá, en cualquier lugar, en cualquier tierra, tanto en el aire como en el suelo, el viaje es, fue y será, el camino.

viernes, 2 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Primera escena: el comienzo del fin

Rather than love, than money,
than fame, give me truth.”
Chris McCandeless citando a Thoreau.

El cuerpo alado espera en un local estadounidense de comidas rápidas situado en un aeropuerto ruso su vuelo número 275 cuyo destino final es la ciudad italiana de Roma. El cocoliche de la globalización modelo siglo XXI. Su vuelo sale en una hora. Será su ante último vuelo en esta historia que aquí, unilateralmente, se convino en llamar el viaje, el camino. El cuerpo alado ahora está solo, sus compañeros de viaje siguieron otros rumbos, arrastrados por otras tierras, ávidos de otros desafíos. Él sabe ahora que debe juntar las fuerzas necesarias para ir lentamente transitando el camino de retorno a casa. Geográficamente el retorno está a punto de comenzar, el vuelo toma su indefectible rumbo sur. Espiritualmente también, el cuerpo alado, al tiempo que su estomago se llena, siente como su alma se va llenando de igual modo. El camino fue una vía metálica por momentos, pesada, dura, puntual y precisa por otros. Aviones, barcos, metros y buses jamás estuvieron mejor llamados medios de transporte. El medio de transporte viajando en medios de transporte. El cuerpo alado parece satisfecho, saciado, extasiado, parece renovado y un tinte claro y brilloso en su mirada así lo demuestra. Su cuerpo es liviano como el aire, sus alas están desplegadas. Se prepara para volar.

martes, 28 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

El límite de lo conocido o la parábola de Moisés-Poseidón separando las tierras

Las vías se van borrando a medida que el tren avanza sobre suelo turco, como los suaves trazos de un lápiz sobre el borde de un papel manchado por la humedad. El cuerpo alado transitó esas vías y las seguirá transitando, ayer, hoy y mañana. No por casualidad son estas mismas vías las que lo trajeron hasta aquí, hasta el centro neurálgico de la frontera oriental de Europa. La historia de los ferrocarriles es siempre la historia de la aventura. El cuerpo alado se reconoce como un aventurero (como aquel aventurero simmeliano, siempre rondando los lindes entre la vida y la aventura) aunque a veces tenga que aceptar que se comporta como un simple turista. Mejor dicho, no como un simple turista, mas bien como un turista de la belleza. Viajando en tubos cilíndricos de diversos tamaños y naturalezas, aspirando cada una de las partículas diminutas de aire que el cielo le regala a sus malogrados pulmones, recordando cada una de las cosas, oyendo el sonido del rocío al caer sobre las hojas, viaja, recorre y transita el continente. Antes de llegar hasta la ciudad de las mil gentes, la ciudad-intersección, el límite del mundo conocido, la nueva Constantinopla, el cuerpo alado se pasea por los jardines de post-guerra de la más desolada Bucarest. Ve una Bucarest post-comunista recuperándose lentamente, muy lentamente, de una guerra interna que no existe más que en las fachadas de los edificios y en los agujeros de las calles. El este dentro del este. Luego, más abajo y más al este, se encuentra con la bella Sofía. Nunca mejor puesto un nombre de mujer-santa. La reina de los balcanes según sus propios pobladores. Tan bella como gélida, tan blanca como la mas hermosa de las heladas matinales. El caos de la religión en su esplendor...y dios, por dios, no tiene la culpa. Y luego nuevamente las vías del tren, la rutina cotidiana de andar sobre una masa cilíndrica de hierro. El tren se acerca al límite de lo conocido, así como el lápiz se acerca al límite de la hoja. Los límites, reflexiona el cuerpo alado, son siempre embriagadores. Por fin el estrecho del Bósforo deja de ser una extraña palabra y sale del Atlas para convertirse en la inmensidad de lo mirable. El cuerpo alado está, ahora físicamente, en cuerpo y alma (alas), en la frontera del mundo, en el límite de los límites occidentales. Aunque más no sean límites geográficos (él sabe bien que los límites humanos son mucho, pero mucho más complejos). No hay más Europa más allá, el este asiático recién comienza al tiempo que el este europeo toca su fin. Cosas de la geografía. Occidente todavía está presente pero no llega a mezclarse en un ciento por ciento con Oriente. El estrecho parece ser mucho más que una mancha de agua, parece ser el lugar donde Moisés con su bastón separó las aguas, sólo que en vez de aguas aquí lo único separado es la tierra. Un Moisés-Poseidón: el híbrido religioso multipropósito. El cuerpo alado piensa ahora que en realidad lo que hay en el estrecho es agua, y sólo agua, líquido, pero también piensa que, como en la hoja, los límites existen, y son palpables, visibles, respirables. El cuerpo alado se piensa ilimitado y no puede concebirse de otra manera, así lo cree y no está lejos de la Verdad. Él es ilimitado pero el mundo no. El cuerpo alado se rehúsa a creer que la Verdad tenga límites pero debe aceptar que la vida los tiene. De la misma manera que el estrecho divide, desglosa y descuartiza Estambul en dos, a veces la vida también aparece fragmentada, dividida. Sin embargo Estambul no es el vacío y la vida no es un recipiente a la espera de su contenido. La vida, como el estrecho, está para ser transitada. El viaje-el camino-la vida. El paralelepípedo simétrico. Los juegos de palabras. El cuerpo alado abrumado por sus propios jugos cerebrales se toma un segundo de descanso y cierra los ojos. Lo tiene bien ganado. Le falta una palabra. El cuerpo alado sabe que la tríada no es suficiente, hay un casillero vacío. Nuevamente aparecen ante él esas cinco letras que lo vienen acompañando simbólicamente desde el principio de este corto viaje-camino-vida. Quizás esas cinco letras sigan estando mañana en el mismo orden que las lee ahora, quizás no, quizás se pierdan en una infinita sopa de letras. Nada de eso le importa porque cree haber llegado al quid de la cuestión, esas letras simbolizan algo que también forma límites y fronteras pero que nunca se resignó a perder ni a darlo por sentado. Esas cinco letras son para él el simbolismo de la cuadratura del círculo, la búsqueda de las búsquedas, el combustible-elixir que alimenta los hornos de las pasiones mas profundas. La vuelta de la tuerca. La amalgama. El cuerpo alado cierra los ojos y se dice a sí mismo: quizás todavía no sea demasiado tarde.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Con las alas en movimiento

El cuerpo alado despierta en la litera de un tren. Como tantas otras veces. Mira por la ventana y descubre montañas nevadas, bosques de coníferas y edificios abandonados o en ruinas. Esto ya debe ser transilvania, piensa y piensa en condes dráculas e historias fantásticas. Está atravesando el interior recóndito de un remoto país del este europeo llamado Rumania. Es todo lo que sabe por el momento. La litera le parece ahora más cómoda que hace ya diez horas cuando por primera vez se subió a la masa férrea que se desliza sobre las férreas vías. Su cuerpo físico descansó y ahora se siente con ganas de seguir andando. Pero lo que anda por él es el tren. Se levanta y recorre el estrecho pasillo hasta el vagón-comedor. Allí pide un café, que se lo sirven negro, de inmediato, y de inmediato se lo bebe. Ahí reposa su cabeza con los ojos clavados en la ventana, fuera de la ventana. Todo está tan blanco, piensa, como su querida ciudad del sur argentino donde en otra vida también clavó sus ojos en la ventana, fuera de la ventana, en la nieve y las montañas. El cuerpo alado no tiene pensamientos filosóficos o metafísicos en esta parte del viaje. Está en reposo. Siente que más que pensar prefiere ver. Eso es lo que hace, ve el paisaje por la ventana, oye el ruido constante de la locomotora, charla esporádicamente con sus compañeros de viaje, comparte risas, regala palabras. El cuerpo alado ya tiene unos cuantos días en la carretera y siente que ya se acostumbró al movimiento, sus alas se acoplan a las alas de su transporte. El cuerpo alado, paradójicamente, no vuela, transita. No despliega sus alas, sólo se lanza al vacío, confiando ciegamente en el aire. Así, tan natural como para el hombre caminar, como para el pez nadar, como para el ave volar. Tan natural como para un cuerpo alado viajar.

viernes, 17 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

La frente sobre el cristal

Luego del descanso poético, el cuerpo alado se dedicó exclusivamente a los aromas y sabores del viaje y al aire ennegrecido de la bohemia. A bordo de otro tubo cilíndrico - vaso comunicante - relata sus aventuras a quien quiera escucharlas. Los edificios de las afueras de Viena pasan sin pena ni gloria por su ventanilla, bañados por un tibio sol matinal que todavía parece tímido, apagado, cansino, como todavía dolido por la nevada de la noche anterior. El cuerpo alado viaja con tres aliados. Sus hermanos en la vida y en la ruta. Con ellos, a su lado, transita lo que en términos temporales viene a ser la mitad del viaje (considerando que a un viaje se lo puede cortar en mitades, no se le parece a la manzana ni en lo rojo de la piel). Alfabetos, idiomas, costumbres, deseos, anhelos y vidas distintas desfilaron frente a sus ojos. Pero el viaje continúa, lejos está de acabarse y la tierra es demasiado grande como para no pensar que este es un viaje más entre muchos otros. El cielo está dentro de uno, y está el infierno también, canta un zaragozano a estas alturas amigo y el cuerpo alado reposa un segundo su cabeza en esa frase. Piensa que jamás estuvo más de acuerdo con una frase. Y sigue: buscalo al cielo en tí mismo. Una delicia en el jardín de las delicias. Y así el camino sigue, entre trenes y canciones, al borde de la vía, sobre el Danubio, un enorme puente lo cruza de punta a punta, el puente colgante hacia el momento aurático. Ése es el momento aurático del cuerpo alado. El Danubio pasa por debajo, sus dos brazos vieneses dejan la impresión de haber cruzado un continente entero. Pero el cuerpo alado no es tonto, sabe que eso sucederá mas adelante. El cuerpo alado toma una gran bocanada de aire, ensancha sus pulmones para empezar a respirar aire eslovaco. Sabe que el viaje continúa al este, con ese incierto rumbo norte omnipresente, con ese dejo a sueño invernal pintado de amarillo y rojo. Por ahora no se sabe mucho más, sólo que el cuerpo alado se despidió cortésmente de un guarda austríaco, cerró los ojos y recostó su cabeza sobre el respaldo de su asiento.

martes, 14 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

El descanso

La tarde-noche de los Alpes Suizos en un pueblo llamado Lucerna. Oculto en el vendaval un lago, grande, más grande, más grande y aún más grande. Sobre su orilla opuesta la majestuosidad de los Alpes, con su prístina nieve expectante, siempre fría, como la noche afuera. Sobre el lago los cisnes, los patos, las palomas, lo que sea, las formas plumíferas de vida. Un puente revestido en madera, no asombra pero enmarca un paisaje soñado. El cuerpo alado reposa, sentado, tomando un café, con las piernas cruzadas. El calor del interior se traslada al interior de su cuerpo y le brotan como flores las ganas de trazar azules garabatos en blancos papeles horizontalmente lineados. La libreta de notas es pequeña pero poco a poco se va llenando. Los suizos allá fuera, acá dentro, van y vienen prosiguiendo con sus rutinarias vidas quizás notando, quizás no, la presencia de un cuerpo alado proveniente del otro lado del ancho mar. Quizás a nadie le importe lo grande que se siente, lo henchido que siente su pecho a cada respiro. Quizás a nadie le importe qué idioma habla, qué es lo que piensa, qué es lo que lo mueve a escribir. El cuerpo alado absorbe todo y se nutre de todo y de todos. El cuerpo alado, estático, extasiado, degusta cada palabra, cada aroma, cada recuerdo. El alma en regocijo se alinea con los astros ocultos tras las altas montañas nevadas. Quizás a nadie le importe pero al que menos le importa es a él mismo. No tiene, no encuentra, no conoce otra forma de viajar: la de andar el camino.

domingo, 12 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

4. La segunda revelación.

Un paseo junto al Mediterráneo. Un sendero entre las montañas-que-caen-al-mar y la mismísima Tierra. Un paseo por las cinco tierras. El cuerpo alado se pasea por el borde del paraíso. Un deleite para los sentidos, ya hiper-desarrollados, paso a paso, piedra a piedra, todo transformado. La masa voladora se convirtió en masa cilíndrica férrea, que luego se convirtió en masa auto-forme compuesta de plástico, caucho, algo de metal, algo de aluminio. El cuerpo alado la copilotea por las rutas manchadas de colores ocres-amarillos que enmarcan y atraviesan la Toscana. Desde Siena a Milán, pasando por Lucca y Riomaggiore. Imágenes momentáneas. Momentos efímeros reconvertidos segundo a segundo en nuevas imágenes momentáneas. Las imágenes de un viaje siempre al norte, que comenzó bien al norte y seguirá, como las golondrinas en éxodo, su inexorable rumbo norte. El paso fugaz del cuerpo alado por las cinco tierras abrió en su camino algunas huellas que confiesa desearía transitar. Algunos flashes del pasado, pero sobre todo la foto en color del presente y la(s) persona(s) que en ella figura(n). El cuerpo alado nunca se sintió tan seguro de que lo que importa es el camino y el riesgo que todo camino implica. El viaje es el camino, el riesgo el elixir. Vivir la foto es el momento cúlmine de todo viajero. El cuerpo alado se siente un viajero, un aventurero, un viajero-mundo (arrojado-al-mundo-en-el-mundo). Se despide, nuevamente, pensando en un nombre de mujer.

viernes, 10 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

3. De postales y sensaciones.

Firenze ocultándose bajo un tibio sol invernal. Preparándose para aguantar otra fría noche toscana. Un cuerpo alado lo contempla desde la Piazzale Michelangelo, echado sobre las escalinatas, un tanto mas cerca del cielo y otro tanto mas lejos de su casa. Música de fondo genera el ambiente perfecto para la maravilla hecha de rojos tejados y cúpulas impolutas. El sol se oculta y emergen las ganas de llenarse el alma de sensaciones. El cuerpo alado siente, disfruta, palpita y no titubea al reconocer lo que ve y oye. La música hecha con sentimiento, el deseo de que estés acá (al ritmo de una guitarra acústica que lo llena todo de dulces y coloridos acordes, y una voz espectral que lo tiñe todo de un amarillo ámbar exquisito). “How I wish you were here” la voz reza, implora en el éter, rasgándolo, recortándose entre las nubes, dejándole huellas imborrables. El cuerpo alado también lo siente, ya no es el mismo, él también está siendo recortado en su propio éter. Una foto de un lugar, la postal de un viaje interior. La postal que no se deja reducir a simple fotografía. La postal de la vida, inmortalizada por un coro unívoco de voces celestiales, ahora cantándole, justamente, a las puertas del cielo. El repertorio de la belleza transformada en canción, en ciudad, en postal y en paisaje, en rojos tejados y en cúpulas abovedadas, la música (la mística) de la postal que, en eterno movimiento, nunca se detiene.

jueves, 9 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

2. La primera revelación

La masa férrea metamorfoseada. De cilindro a tubo, mismo metal, más pesado, más cercano al suelo. Sol entrando por la ventana hacia el interior del cuerpo. La ventana del cuerpo. El verde y las colinas acompañan el pensamiento y cada túnel recuerda la oscuridad y el precipicio. Ruta al costado, bajo el terraplén. Vehículos para moverse, vehículos para que viajen otros cuerpos alados. Compresión-descompresión, y de fondo un jazz progresivamente pesado, que se desplaza con rumbo norte junto al cuerpo alado y su choza momentánea. La casa es el mundo, el viaje el vehículo.

martes, 7 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

La historia del viaje de un cuerpo alado.

1. El despertar

Un cuerpo alado. Masa férrea morfológicamente redondeada. Tierra a lo lejos, distancia de a kilómetros. Nubes eternas, etéreas, los campos de algodón. Masa blanca atravesando blancas nubes en celeste cielo. Allá el mar, la tierra, otras nubes, quizás personas, animales, plantas, bosques, suspiros. Un cuerpo alado en masa férrea atravesando el ancho mar. Y más allá el continente de las cosas viejas y extrañas. El sueño llega, el sueño se va, el sueño llega. El cuerpo alado se duerme. El viaje recién comienza, o ya comenzó, o nunca terminó. Despertar, junto con la aurora, junto a la inabarcable masa férrea. Nubes, nubes, nubes...despertar para empezar.