viernes, 30 de marzo de 2012

Diarios de Viaje

XXI. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Cuarta parte...

Recuerdo también un instante, un efímero intersticio entre dos mundos. El hueco abierto que se llena de golpe. Como si una inmensa represa misteriosamente desapareciera, esparciendo todo su embalse en una décima de segundo sobre lo que hasta hace instantes era una delgada línea de agua. Como si de un grifo de dimensiones descomunales se tratase, como si éste fuese abierto repentinamente gracias a un movimiento giratorio súbitamente inesperado de las impolutas muñecas de Dios. Como si la nada misma estuviese llenándose allí sin más, en ese preciso instante, de una sustancia desconocida. Los dos mundos mágicamente quedaron entonces suspendidos en el éter cual dos pájaros sobre el tendido eléctrico, aunque separados, parados sobre el mismo abismo. Todo se materializó en ese instante y ya no importó nada más. El mundo abajo dejó de girar y nosotros, dos pájaros solitarios, pudimos cantar al unísono, al menos el tiempo que duró el instante.

domingo, 18 de marzo de 2012

Diarios de Viaje

XX. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Tercera parte...

Los segundos se hicieron minutos y los minutos, al juntarse de a sesenta, fueron convirtiéndose en horas. La noche se hizo de día y yo desperté sobresaltado con los primeros rayos de luz de la mañana. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana, la abrí y asomé mi cabeza hacia fuera. Abajo la ciudad comenzaba a moverse en otro día gris en la ciudad de Buenos Aires, las gentes iban y venían allá abajo, en el otro mundo que era la vida cotidiana. Acá adentro todo se había trastocado, todo había quedado boca arriba: y con todo me refiero a todo. Di vuelta mi cabeza y vi por el piso unos cuantos libros, algunos abiertos, otros cerrados, otros apilados en un rincón. Había dos tazas a medio tomar sobre la cómoda y ropa desperdigada por el suelo. Sin pensarlo me acerqué a un libro que estaba abierto por la mitad, era un libro de poesía, la poesía completa de Alejandra Pizarnik. Lo levanté y lo leí en la página que estaba abierta:

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.

Me pregunté a mí mismo qué hacía ese libro allí y por qué estaba abierto en esa página, no pude darme una respuesta satisfactoria pero sabía que esas líneas las tenía frescas en mi memoria, la noche anterior habían sido recitadas en esa misma habitación. Dejé el libro sobre una mesita de luz y allí vi el espectáculo en todo su esplendor: María yacía desnuda sobre la cama, con la sábana blanca con vivos rosas apretujada sobre su cintura. Dormía profundamente, su cara destilaba una tranquilidad que jamás había visto en mujer alguna. Las piezas empezaron a cuajar de repente en el rompecabezas que tenía desplegado frente a mis ojos. Yo había dormido allí, con ella, habíamos hecho el amor. En la habitación se respiraba un aire denso, espeso, cargado de una mezcla inconsistente y lejana de humo a cigarrillo, sahumerios, alcohol y sexo. La mezcla perfecta para una noche para el olvido. O no. Lo cierto es que pese a tal combinación de aromas, se respiraba un olor agradable, aunque no estoy seguro que lo agradable sean los olores o los recuerdos vagos y borrosos que esos olores traían a mi memoria. Parado allí, observándola, me dije que nada pudo haber salido mal. Estuve casi en lo cierto, al menos por esa noche. La noche había sido perfecta, una buena dosis de café, seguida de cigarrillos, charlas, miradas, gestos, una copa de vino que nunca supe de dónde salió, y luego otra, y otra, y otra, y luego libros, muchos libros, frases de libros, autores, poesías, lecturas de poesías, historias de amor, una charla sobre las mas profundas historias de amor que hayamos leído, aparecieron los nombres de Alejandra y Martín, los de Oliverio y la Maga, hasta aparecieron los nombres de dos desconocidos para mi, Amalfitano y Padilla, luego más vino, más poesía, más vino, y por fin la poesía de Alejandra. Eso fue lo último que recuerdo con cierta claridad, a partir de allí las cosas se precipitaron repentinamente, con las ropas volando por los aires y aterrizando cual hojas del otoño en el parquet de la habitación. Recuerdo haber revoleado un corpiño de encaje blanco y una diminuta bombacha negra y también recuerdo lo costoso que fue para María descifrar la hebilla de mi cinturón. Recuerdo que luego comenzó una batalla sin cuartel ni tregua, una batalla de lenguas, risas, pequeños tormentos y pequeñas humillaciones, las batallas de los cuerpos desnudos, las únicas batallas que se pueden librar dentro de cuatro paredes. La batalla que se convierte en danza y la danza que se convierte opera y la opera que se convierte en cuadro y el cuadro que se transforma en partitura y la partitura que se vuelve poesía y la poesía que lo abarca todo y ya no puede convertirse en nada más.

lunes, 12 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

A bordo del vuelo 1141

El cuerpo alado sobrevuela el océano a bordo de un cuerpo alado. Es el camino de retorno. A modo de nota final este humilde biógrafo quiere agradecer a la inmensidad del cuerpo alado por permitirle acompañarlo durante su viaje, tanto el interior como el exterior. Al cuerpo alado se lo ve cansado pero feliz, con ganas de más, pero satisfecho. Sabe que allá, en su hogar, lo esperan seres querido, amigos, familia y esas cinco letras también. Siente que nada pudo haber sido mejor y que de nada está arrepentido. El viaje fue, es y será el camino, se repite hasta el cansancio. El cuerpo alado se prepara para descender del cuerpo alado, mostrar su pasaporte, y entrar en lo que desde pequeño le dijeron que era su tierra. Sin embargo, el sabe que nada de eso es cierto. El no tiene tierra, todas son sus tierras. Su límite es la vida, su pasión caminar.

sábado, 10 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Momentos auráticos

Otra vez en la cuna madre de la civilización occidental. O como quiera llamársele a la vecchia Roma. El cuerpo alado reposa, en cuerpo y espíritu, sobre una mesa de un bar, aclimatándose, acostumbrándose a los climas templados (o al menos un poco mas templados) en su inevitable camino de regreso. Esta vez la ciudad lo acogerá un par de días, los necesarios para hacer un poco de turismo, ponerse la ropa de un simple transeúnte y recorrer las calles de la otrora capital del imperio. El cuerpo alado se regocija ante la magnificencia de la arquitectura, reflexiona, piensa, se saca el sombrero frente a la gran empresa del Hombre. Cada resquicio, cada recoveco, cada minúscula calle de la ciudad parece decirle algo. Son las voces de los antiguos iluminados. Piedra sobre piedra, la ciudad se alza magnánima. Cada Iglesia contiene, más allá de su carga religiosa, un incalculable valor estético, artístico. Desde Miguel Ángel y Rafael hasta Giotto y Caravaggio, todos ellos y muchos más han dejado aquí su huella imborrable. El cuerpo alado apenas puede contener sus ganas de gritarle al mundo: “Qué placer estar acá!” No es algo que piense, ni que crea que es lo correcto decir, el algo que se le escapa por sus propios poros, es algo que siente en algún lugar muy profundo, en la carne, que escapa cualquier juicio y que escapa definitivamente a la razón. El alma henchida del cuerpo alado no cesa de engrandecerse a cada respiro, a cada vuelta de tuerca. No lo asombran tanto las cualidades artísticas de las obras que ve sino más bien lo que ellas producen en su propio interior. De algún modo lo reconcilian con la raza humana. Lo acercan a lo universal, lo alejan de lo inabarcable, de lo inaccesible, de lo estrictamente mundano. Lo arrojan al completo vacío de lo universal, y lo depositan allí donde otros supieron transformar la piedra en carne, crear a partir de la naturaleza cruda algo que puede ser perenne. No le interesan las convenciones ni los acuerdos sobre lo que es arte y lo que no, no le interesa en lo mas mínimo. Sabe que su momento aurático es aquí y ahora. Se siente afortunado, no por poder observar lo que otros concibieron, sino por saber que su alma está intacta y que sigue latiendo su corazón, que sigue sintiendo, que sigue viviendo. El cuerpo alado ahora llega a una conclusión reveladora: mientras él siga transitando caminos con corazón, el universal se le presentará en armonía. No hay razón para abandonar este viaje. Aquí, allá, en cualquier lugar, en cualquier tierra, tanto en el aire como en el suelo, el viaje es, fue y será, el camino.

viernes, 2 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Primera escena: el comienzo del fin

Rather than love, than money,
than fame, give me truth.”
Chris McCandeless citando a Thoreau.

El cuerpo alado espera en un local estadounidense de comidas rápidas situado en un aeropuerto ruso su vuelo número 275 cuyo destino final es la ciudad italiana de Roma. El cocoliche de la globalización modelo siglo XXI. Su vuelo sale en una hora. Será su ante último vuelo en esta historia que aquí, unilateralmente, se convino en llamar el viaje, el camino. El cuerpo alado ahora está solo, sus compañeros de viaje siguieron otros rumbos, arrastrados por otras tierras, ávidos de otros desafíos. Él sabe ahora que debe juntar las fuerzas necesarias para ir lentamente transitando el camino de retorno a casa. Geográficamente el retorno está a punto de comenzar, el vuelo toma su indefectible rumbo sur. Espiritualmente también, el cuerpo alado, al tiempo que su estomago se llena, siente como su alma se va llenando de igual modo. El camino fue una vía metálica por momentos, pesada, dura, puntual y precisa por otros. Aviones, barcos, metros y buses jamás estuvieron mejor llamados medios de transporte. El medio de transporte viajando en medios de transporte. El cuerpo alado parece satisfecho, saciado, extasiado, parece renovado y un tinte claro y brilloso en su mirada así lo demuestra. Su cuerpo es liviano como el aire, sus alas están desplegadas. Se prepara para volar.