jueves, 24 de febrero de 2011

Diarios de Viaje

I. Diario de Rogelio Segismundo Ortiz. Habitación sucia, desprolija, de algún hotel de alguna ciudad en algún tiempo.

-¿Y qué más da? - me dije innumerables veces, mirándome al espejo. Ya no queda nada, ni los restos de los sueños de las noches de insomnio. Nada. Lisa y llanamente: -YA NO QUEDA NADA– me repetía una y otra vez (y de tanto repetirlo se me convirtió en muletilla). Ahora estoy otra vez frente al espejo. Otro espejo. En otro hotel. En otra ciudad y en otro mundo. No me pregunten ahora cuando fue que atravecé la puerta que comunica esa habitación fría y horrible con este aún más frío y horrible baño. Ya no recuerdo hace cuánto prendí la luz de esta catástrofe. Y no me jodan, no recuerdo, ni loco, hace cuánto decidí mirarme al espejo. Siempre es lo mismo, mi cara mal afeitada se refleja en el espejo y me devuelve los cuencos vacíos de mis ojos. Mi mirada se pierde en los laberintos intestinos de un alma oscura. Penetra por mis propios ojos. Me autopenetra. Me destroza. Me abre de par en par, deja todos mis conductos al descubierto. Seca de una vez y para siempre todas las lágrimas que todavía no han sido derramadas (ni lo serán). Una vez que me ataco a mi mismo ya no hay vuelta atrás. No queda nada, pienso una y otra vez. Pensaba, pienso, pensaré. No queda nada, ni siquiera un par de párpados. Ni siquiera un interruptor que me permita apagar la luz. Ni siquiera quedan las voces de algún conocido, de algun amante, de algún amigo. Ni siquiera un recuerdo, un olor conocido, un destello de un faro lejano perdido entre la bruma. No quedan ni los nombres de las personas que amé, que amaré, que amo. Peor aún, sólo recuerdo (si es que recuerdo) sus iniciales: una jota, otra jota, una hache, una doble ve. No me queda el ronquido de un desconocido durmiendo en el asiento de al lado. Ni siquiera me queda la ceniza del último pucho del paquete. Sólo me queda esta cara mal afeitada y esta cáscara desvencijada que llevo como piel. ¿Y cuál es la puta necesidad de pararme frente al espejo? ¿Cuál es la puta necesidad de observar mi cara hecha cenizas una y otra vez? ¿Cuál es la chance de que el próximo espejo no devuelva mi propia mirada? No sé, no contesto. Sólo escribo, en forma de prosa, de verso, de cuento, de cuarteta o de canción. Sólo escribo. Siempre escribo cuando llueve, sobre todo cuando llueve. Y si hay tormenta, entonces escribo más. Y si la tormenta dura tres días, yo escribo seis. Y así. A veces creo (como ahora) que esto todavía me mantiene vivo. A pesar de los espejos de los baños de los hoteles, a pesar de la mierda que ahogándose en el puto inodoro, espera impaciente que tire de la cadena. Sí. Definitivamente. Debe haber algo de eso. Si no, ¿cómo me lo explico, digo yo? ¡¿Cómo?! Cómo hago yo para explicar que todavía sigo vivo, que todavía respiro. Algo debe haber (nota mental: debo encontrar algo de beber), no me jodan. Levanto la vista y miro el reloj. 21 minutos y medio desde que fui por mi cuaderno. 21 minutos y 33 segundos desde que escribí el primer guión. 21 minutos y 40 segundos respirando. 21 minutos y 46 segundos viviendo. 21 minutos y 55 segundos escribiendo.

2 comentarios:

  1. muy bueno juani... cuanto tiempo se la pasa uno pidiéndole explicaciones a un estúpido espejo que sólo nos devuelve, aquello que no queremos ver...

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  2. gracias alfo, de eso se trata un poco esto de lso diarios de viaje...que más introspectivo que un diario? aunque sea ficción siempre hay algo de verdad...gracias por leer vieja, un abrazo!

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