martes, 1 de marzo de 2011

Diarios de Viaje

II. Diario de María Santisteban. Su departamento, una tarde como cualquiera.

Ahora que lo pienso bien lo conocí cuando todavía eramos dos chicos. Allá por la secundaria. Alejandro era un compañero de curso, si, iba al mismo curso que yo. Es más, terminamos juntos, con fiesta de egresados, colación y todos los chiches. Yo fui siempre al mismo colegio pero él no. Sus padres eran del interior, creo que de Río Negro, pero no recuerdo de donde exactamente. Por eso, quizás, era un chico tímido. Bah, acá en la capital a cualquiera que no es extrovertido ya lo tratamos de tímido. Así las cosas. Bueno, sí, ahí lo conocí, habrá entrado al colegio uno o dos años antes que egresemos. Al principio nos sentábamos juntos. Cosas de chicos. Que te paso la tarea, que prestame los resúmenes, blablabla. Era un alumno promedio (y yo bastante traga como se decía en equella época), aprobaba ahí. La cosa es que nos hicimos buenos amigos. Sobre todo al principio, después, al terminar quinto año, nos dejamos llevar por nuestras hormonas adolescentes. En realidad no tanto. Digamos que primero nos pusimos de noviecitos, con besos, abrazos y peluches. Yo era virgen, gran problema (sobre todo en un colegio católico). Pero, siempre fui la rara del curso. Escribía, leía mucho, me gustaba la música, tocaba el violín, no iba a bailar, en fin, cosas raras para gente normal diría alguien por ahí. Así que no me costó mucho acostarme con él. Fue complicado, bue, como todas las primeras veces supongo. Pero con un poco de paciencia y cariño (llamemosle cariño) pasó lo que tenía que pasar. Quizás por eso también lo recuerdo tanto, Ale...era un ángel. Mas bueno que el té con leche. Yo creo que estábamos enamorados. En realidad, él estaba enamorado, el era simple, sencillo, puro. Yo era (seguramente sigo siendo) enroscada, complicada, un espiral enigmático. Yo no puedo decir que estaba enamorada pero sí puedo decir que lo que sentí por él no lo volví a sentir jamás. No lo puedo describir. Algo había, de eso estoy segura. Había “algo” lindo, descontracturado, desinteresado. Florecía sobre todo en las horas de la tarde cuando nos sentabamos en los bancos de la plaza de Olivos, o nos echabamos al sol a la salida del colegio en las “playitas” del rio (que de arena no tienen nada). Ninguno de los dos tenía verdaderos amigos en el colegio. Por eso también creo que lo nuestro duró lo que duró. Eramos dos peces de mar encerrados en un parque acuático. Aunque, para ser mas exactos (y seguir con la metáfora marina) si él era un tiburón, aunque pequeño, anhelando devorarse el mundo cuando crezca, y mientras tanto juntando fuerzas; yo era una raya, un chucho, uno de esos peces feos, que escarban los subsuelos marinos, con puntas, aguijones, veneno y mandíbulas de titanio. Fueron tiempos difíciles esos de la adolescencia. Por suerte lo tuve a él. No tenía amigas, ni amigos. Mi familia era un cúmulo de gente venida de Italia y de España, perdida en una Buenos Aires distinta de la que imaginaron, todavía con la idea de hacerse la América (a mediados de siglo veinte, que locura). Una familia todavía gobernada por los complejos de inferioridad de la clase media argentina y los ecos de un puritanismo católico oxidado. A mis padres no les puedo reprochar nada, en realidad, no les guardo ni rencor ni cariño. Yo crecí, hice mi vida. Fui, vine, hice, deshice. Anduve. Sigo andando. ¿Y Alejandro? ¿Dónde estará Alejandro en este preciso instante? Ni idea. Ni idea por qué me puse a pensar en él. Alejandro, un buen pibe. Quizás volvió al sur, donde sus padres. Ahora que recuerdo él me hablaba mucho de su pueblo, decía cosas como no te imaginás lo que es vivir en un pueblo, o acá están todos locos, o acá no se puede respirar. Siempre se quejaba del tumulto y el ruido de la gran ciudad. Pero no se quejaba de los teatros, los cines, las librerías y la universidad a la que después terminó yendo (y supongo que habrá terminado, no hablo con él desde aquellos tiempos). Ale empezó el ciclo básico de Letras en la UBA. Por la facilidad que tenía para el estudio yo creo que lo habrá terminado en lo que dura un suspiro (me estoy viniendo vieja usando estas frases). A mi me costó un poco más, yo empecé la carrera de letras con él, pero cuando nos separamos dejé todo. Habremos cursado juntos un cuatrimestre, no más. Yo ahí empecé a viajar, estuve por varios lados. Habré estado un año fuera de Buenos Aires, trabajando de cualqueir cosa, viviendo un poco, haciendo la hippiada adolescente. Buenas épocas. Post-traumáticas. La separación con Ale no fue un trauma estrictamente hablando. Al menos para mí. Yo necesitaba tomarme un respiro de TODO. Y lo hice, y no me arrepiento, aunque ahora con tanta agua bajo el puente quizás hubiese cruzado en canoa mas que nadando. Estoy casi segura que a él le habrá dolido más. Él era un tipo sensible, puro. Yo era y sigo siendo más dura. No es que no me haya importado, es más, hasta lloré y todo (a escondidas claro), lo que pasó fue que necesitaba conocer nuevos fondos marinos. Igualmente tengo los mejores recuerdos de Ale. Me ayuda mucho de vez en cuando pensar en aquellos poemas recitados bajo los eucaliptos pelados de la plaza de Olivos. El suelo todavía debe estar cubierto con las mismas hojas amarillas de aquel frío otoño. Los bancos, ay, ¡estoy segura!, todavía se deben acordar de nuestra risa.

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