viernes, 9 de diciembre de 2011

Diarios de Viaje

XIX.

Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Segunda parte...

"Sentate, ponete cómodo" me dijo y yo como si fuera un niño asentí con la cabeza por más que ella no me estaba mirando. Acto seguido me encontraba sentado en un sofá cama cubierto por una tela color verde musgo, con mis manos apoyadas sobre cada una de mis rodillas y mi cabeza cayéndose hacia delante. Hice un esfuerzo, que en ese momento me pareció sobrehumano, para levantar la cabeza y levantar mis manos y cruzarme de brazos. Eso me habrá llevado una eternidad, o un segundo quizás. Ella dijo desde la cocina "querés un café?" yo contesté que sí, claro, con dos de azúcar. Arrojó un "Ya sé" al aire oscuro y denso de aquella habitación que sirvió para que salga de mi estado de letargo en el que me encontraba. Se activó una alarma, un interruptor se movió y mi cabeza empezó a funcionar nuevamente. No tan claramente pero lo suficiente como para saber que no podía quedarme allí esperando que suceda algo. En eso me levanté y fui hasta la cocina, me apoyé sobre el marco de la puerta y la vi de espaldas, vestida con sus jeans gastados y una remera musculosa color pastel. Estaba quizás un poco mas gorda que hacía diez años pero sus carnes se mantenían firmes, con la misma forma del cuerpo de siempre, bien proporcionada, con sus dos o tres quilitos de más que siempre remarcaba que eran lo que más me gustaba de ella. Allí estaba, dándome la espalda, como el mismo destino. Pero estaba, y estar a veces ya es mucho. Me quedé observándola, estudiando como revolvía acompasadamente el café, cómo disolvía, con qué gracia, cada molécula de azúcar en el café. Habrá sido mi respiración entrecortada lo que hizo que ella se de vuelta y sienta mi presencia. Nos quedamos mirándonos, sin decirnos nada, absolutamente nada, con nuestras miradas cruzadas en algún punto del universo, en algún punto de la vida, aquella misma vida que hacía mucho tiempo nos había unido y también, hacía mucho tiempo, nos había separado. Quizás esta vez, me dije, lo que el tiempo ha separado quizás la voluntad pueda unirlo. En ese momento supe que haber ido hasta allá no había sido en vano. Ella hizo una mueca, un leve gesto, un simple movimiento de sus labios hacia un costado, casi un esbozo de sonrisa, pero una sonrisa interior, mas que una sonrisa era la manifestación de una sonrisa bien profunda, un reflejo inconciente de algo oculto pero no olvidado, de algo sucio, oscuro y desordenado pero no roto. Nuestras miradas se mantuvieron un buen rato suspendidas, colgando de un hilo. Y ella con una taza de café en cada mano. El hechizo se rompió cuando le dije, sólo por cortesía (yo no quería decir absolutamente nada), que vayáramos a sentarnos al sofá. "Sí, mejor" dijo y caí en la cuenta de que el microhechizo momentáneo cargado de miradas profundas y sonrisas oscuras había llegado a su fin. Esta vez el que volteó fui yo y sin mirar atrás, sin dudar un segundo, sin saber si ella me seguía o si simplemente se había esfumado, me dirigí al living y me senté en el sofá. En ese momento me di cuenta que me había seguido y que se estaba acomodando al lado mío. Apoyó mi taza en la mesa ratona y agachó la cabeza, su mirada posada sobre la taza de café que mantenía entre sus manos. Me pareció que le hubiera dado lo mismo que en la taza hubiese café o agua o la nada misma. Su mirada lo consumía todo. Yo, ahora mas tranquilo, tomé mi taza y me la llevé a la boca, di dos sorbos cortos y tragué la nada misma. A continuación giré mi cabeza y vi a María en la misma posición, parecía que se achicaba cada vez más, cuando entré era una señora, haciéndo el café fue adolescente, sentada aquí al lado mío hace unos minutos era una niña, ahora iba lentamente ingresando al vientre materno y a lo único que se parecía era a un feto en plena etapa de gestación. Me asusté y me dije, quizás en los próximos minutos vuelva a nacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario