miércoles, 16 de mayo de 2012

Diarios de Viaje


XXII. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Quinta parte...

Pasó algo anoche que ahora recordándolo me hace esbozar una sonrisa. Recuerdo que jugamos un juego, no sé si fui yo o ella quien lo propuso, pero, en cierto momento de la noche, ya despojados de nuestras ropas, nos vimos envueltos en risas y palmadas cual si de dos niños se tratase. Claramente tuvimos una regresión, una regresión compartida, bipartita en todo caso (yo no fui el único que jugó a ser un niño-adulto). Era un juego de niños por la forma pero su contenido era el de un juego de adultos. El juego consistía en lo siguiente: alternativamente uno de los dos se tapaba los ojos, no valía hacer trampa, era vital mantener los ojos cerrados. Entonces, el otro tomaba un libro de su biblioteca (que amontonaba libros dispares pero que en su mayoría habíamos leído ambos) y lo abría aleatoriamente en una de sus páginas, dejando al azar hacer su truco, y comenzaba a leer en voz alta la primer frase que encontraba. El que estaba con los ojos tapados debía adivinar nombre del autor y libro. Y así se continuaba por un tiempo indeterminado, pudieron haber sido unos cuantos minutos, quizás horas. No había ganador ni perdedor, lo importante era vivir el juego, saber que estabamos jugando, disfrutar el juego en cada uno de sus instantes. Ella adivinó casi todos los libros que yo le leía, supongo que porque eran sus libros. Pero yo tampoco me quedé atrás. Si alguien hubiese visto aquella situación seguramente se hubiese reído, o llorado de verguenza ajena, no lo sé. Parecía un juego de locos, pero de locos felices, juguetones, inofensivos, dispersos entre las estrellas, locos al estilo Rantés, bajados a tierra con una verdad reveladora, sin pretender más que comprensión. Así supongo que nos verían, aunque sin embargo, poco me importa lo que pudieran haber pensado potenciales voyeuristas. La única verdad es que ambos estabamos allí jugando a penetrar en nuestros mundos literarios, asumo yo, ahora, que para conocernos un poco mejor. No hay mejor forma de conocer al otro que mediante su literatura, sobre todo, si ambas personas son del tipo literario. Lo mas gracioso de la situación haya sido quizás que el juego transcurría en penumbras, los dos totalmente desnudos, sin tocarnos, sin mirarnos, sin desearnos. Ya nos habíamos deseado y ya nos desearíamos luego. Era la desnudez literaria hecha carne, atravesada por todos los sentidos (menos la vista, claro). Al recordarlo ahora nuevamente sonrío y me digo a mí mismo que estuvo bien, que ese momento fue sublime, que durante todo ese instante el juego se pareció bastante a la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario