martes, 3 de mayo de 2011

Diarios de Viaje

VI. José Enrique Palacios. Bariloche, Río Negro. Base del Cerro Catedral.

Llegué hace unos días a la terminal y como era de esperarse (era lo previsto) me esperaba J en la estación de ómnibus. Yo sabía que algo estaba mal o que todo ya se había hundido (como si de algo en el lago se tratase) pero supongo que habré creído que algo podría cambiar, mejorar, que algo habría entendido mal, que algo se me hubiese escapado, olvidado, confundido. Es obvio que algo se me escapó, se cae de maduro que soy bastante ingenuo. J es una mujer de esas que siempre me gustaron, independientes, frías pero en el fondo cariñosas, duras como una piedra por fuera pero calientes como magma volcánica por dentro, siempre a punto de estallar. Así siempre me gustaron las mujeres, las mujeres-bomba. La cosa es que J era una bomba de relojería, tenía tantas partes, tantos mecanismos, tantos cables rojos, azules, amarillos, bordó, violetas, verdes, blancos, negros, que era imposible descifrar su lógica de desactivación. O quizás no era imposible, sino que yo nunca la entendí. A la lógica claro, a la mujer sí la entendí, pero entenderla a ella no era nada, entenderla a ella sin entender su lógica era como intentar entender el funcionamiento de una bomba de relojería sin ser relojero ni experto anti-desarme. Con esta bomba me encontré ayer, en la terminal, con esta bomba erguida, parada sobre sus dos pies, sus zapatillas de lona blancas, acompañadas por encima por unos jeans azules gastados y uno de sus clásicos puloveres anchos que solía usar cuando estabamos juntos. Fue hermoso volver a ver esos pelos castaño claros recogidos por una colita fucsia y de fondo el Nahuel Huapi. Una postal. Tentadora postal invitando a zambullirse en ella, abierta de par en par, invitando al naufragio o al éxtasis o a la locura. O a la vida misma. J me miró, y en ese segundo, en esa milésima de segundo lo supe, supe que la foto no era mas que un recuerdo. Las fotos nunca son la realidad, las postales nunca son los lugares por los que pasamos: son el producto del trabajo de alguien que se tomó el tiempo de sacar esa foto, imprimirla, ponerle un lindo recuadro y distribuirla para la venta, para que gente como nosotros, simples turistas (cantaría un zaragozano con vos prístina: los turistas de la belleza) la compremos en algún kiosko de estación terminal de ómnibus sin interesarnos por mas nada que por recordar en algún futuro, lejano o cercano, que pasamos por un hermoso lugar llamado “vida”. O Bariloche, o Trenque-Lauquen, o La Plata, o Pergamino, o La Quiaca, lo mismo da. La postal no es la vida, la postal es la postal. El recuerdo del transito perpetuo. La certeza de la vida y la amargura del sufrimiento. J y el lago eran una postal y yo un simple turista de la belleza. Al bajarme del ómnibus corrí y la abracé, claro, y el abrazo fue correspondido.

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