VIII. Juan Martin Varela. Jardines de Atenas, cerca del puente de la Almozara. Zaragoza.
Estoy en Zaragoza, hoy recorrí varias de las calles de esta ciudad y no sé por qué extraña razón de lo único que me acuerdo y de lo único que deseo escribir es de algo que encontré escrito en una pared: "...escribiremos nuevas reglas, esta es la primera de ellas, está prohibido prohibir". Sí, claro, sé de quién es la frase y no resulta extraño encontrarla justamente aquí. Estoy feliz, debe ser por eso, me siento libre, y las casualidades no existen. Hoy me sentí escribiendo esa pared, es más, si hubiera tenido un aerosol seguramente le hubiese agregado un "sí". Mañana escribiré mi diario, de hoy sólo quiero recordar el maravilloso momento en que fui libre y recorrí cada milímetro del trazo de ese aerosol como si fuera una hormiga, un insecto, una ameba; como si la vida misma estuviera allí escrita. En fín, hoy no importa lo que vine hacer aquí, por hoy me doy por satisfecho, vuelvo al hotel cantando bajito.
Un laberinto es una figura. Es tanto un juego como un castigo. Un desafío como un sinsentido. En un laberinto algunos se pierden, otros se encuentran y otros simplemente deambulan. Para todos ellos no hay entradas ni salidas, sólo caminos. No saben por qué están allí, tampoco saben si saldrán, no saben si encontrarán lo que no saben que buscan y mucho menos saben que no saben que buscan algo que no saben lo que es. Lisa y llanamente: se están buscando a sí mismos o a otros o a nadie.
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