domingo, 18 de marzo de 2012

Diarios de Viaje

XX. Alejandro Vega. Su departamento, la noche siguiente, bien entrada la madrugada.

Tercera parte...

Los segundos se hicieron minutos y los minutos, al juntarse de a sesenta, fueron convirtiéndose en horas. La noche se hizo de día y yo desperté sobresaltado con los primeros rayos de luz de la mañana. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana, la abrí y asomé mi cabeza hacia fuera. Abajo la ciudad comenzaba a moverse en otro día gris en la ciudad de Buenos Aires, las gentes iban y venían allá abajo, en el otro mundo que era la vida cotidiana. Acá adentro todo se había trastocado, todo había quedado boca arriba: y con todo me refiero a todo. Di vuelta mi cabeza y vi por el piso unos cuantos libros, algunos abiertos, otros cerrados, otros apilados en un rincón. Había dos tazas a medio tomar sobre la cómoda y ropa desperdigada por el suelo. Sin pensarlo me acerqué a un libro que estaba abierto por la mitad, era un libro de poesía, la poesía completa de Alejandra Pizarnik. Lo levanté y lo leí en la página que estaba abierta:

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos.

Me pregunté a mí mismo qué hacía ese libro allí y por qué estaba abierto en esa página, no pude darme una respuesta satisfactoria pero sabía que esas líneas las tenía frescas en mi memoria, la noche anterior habían sido recitadas en esa misma habitación. Dejé el libro sobre una mesita de luz y allí vi el espectáculo en todo su esplendor: María yacía desnuda sobre la cama, con la sábana blanca con vivos rosas apretujada sobre su cintura. Dormía profundamente, su cara destilaba una tranquilidad que jamás había visto en mujer alguna. Las piezas empezaron a cuajar de repente en el rompecabezas que tenía desplegado frente a mis ojos. Yo había dormido allí, con ella, habíamos hecho el amor. En la habitación se respiraba un aire denso, espeso, cargado de una mezcla inconsistente y lejana de humo a cigarrillo, sahumerios, alcohol y sexo. La mezcla perfecta para una noche para el olvido. O no. Lo cierto es que pese a tal combinación de aromas, se respiraba un olor agradable, aunque no estoy seguro que lo agradable sean los olores o los recuerdos vagos y borrosos que esos olores traían a mi memoria. Parado allí, observándola, me dije que nada pudo haber salido mal. Estuve casi en lo cierto, al menos por esa noche. La noche había sido perfecta, una buena dosis de café, seguida de cigarrillos, charlas, miradas, gestos, una copa de vino que nunca supe de dónde salió, y luego otra, y otra, y otra, y luego libros, muchos libros, frases de libros, autores, poesías, lecturas de poesías, historias de amor, una charla sobre las mas profundas historias de amor que hayamos leído, aparecieron los nombres de Alejandra y Martín, los de Oliverio y la Maga, hasta aparecieron los nombres de dos desconocidos para mi, Amalfitano y Padilla, luego más vino, más poesía, más vino, y por fin la poesía de Alejandra. Eso fue lo último que recuerdo con cierta claridad, a partir de allí las cosas se precipitaron repentinamente, con las ropas volando por los aires y aterrizando cual hojas del otoño en el parquet de la habitación. Recuerdo haber revoleado un corpiño de encaje blanco y una diminuta bombacha negra y también recuerdo lo costoso que fue para María descifrar la hebilla de mi cinturón. Recuerdo que luego comenzó una batalla sin cuartel ni tregua, una batalla de lenguas, risas, pequeños tormentos y pequeñas humillaciones, las batallas de los cuerpos desnudos, las únicas batallas que se pueden librar dentro de cuatro paredes. La batalla que se convierte en danza y la danza que se convierte opera y la opera que se convierte en cuadro y el cuadro que se transforma en partitura y la partitura que se vuelve poesía y la poesía que lo abarca todo y ya no puede convertirse en nada más.

1 comentario:

  1. Me gusta el texto, y es cierto, la poesía que lo abarca todo. Brindo por ello. Gracias Extranjero

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