sábado, 10 de marzo de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Momentos auráticos

Otra vez en la cuna madre de la civilización occidental. O como quiera llamársele a la vecchia Roma. El cuerpo alado reposa, en cuerpo y espíritu, sobre una mesa de un bar, aclimatándose, acostumbrándose a los climas templados (o al menos un poco mas templados) en su inevitable camino de regreso. Esta vez la ciudad lo acogerá un par de días, los necesarios para hacer un poco de turismo, ponerse la ropa de un simple transeúnte y recorrer las calles de la otrora capital del imperio. El cuerpo alado se regocija ante la magnificencia de la arquitectura, reflexiona, piensa, se saca el sombrero frente a la gran empresa del Hombre. Cada resquicio, cada recoveco, cada minúscula calle de la ciudad parece decirle algo. Son las voces de los antiguos iluminados. Piedra sobre piedra, la ciudad se alza magnánima. Cada Iglesia contiene, más allá de su carga religiosa, un incalculable valor estético, artístico. Desde Miguel Ángel y Rafael hasta Giotto y Caravaggio, todos ellos y muchos más han dejado aquí su huella imborrable. El cuerpo alado apenas puede contener sus ganas de gritarle al mundo: “Qué placer estar acá!” No es algo que piense, ni que crea que es lo correcto decir, el algo que se le escapa por sus propios poros, es algo que siente en algún lugar muy profundo, en la carne, que escapa cualquier juicio y que escapa definitivamente a la razón. El alma henchida del cuerpo alado no cesa de engrandecerse a cada respiro, a cada vuelta de tuerca. No lo asombran tanto las cualidades artísticas de las obras que ve sino más bien lo que ellas producen en su propio interior. De algún modo lo reconcilian con la raza humana. Lo acercan a lo universal, lo alejan de lo inabarcable, de lo inaccesible, de lo estrictamente mundano. Lo arrojan al completo vacío de lo universal, y lo depositan allí donde otros supieron transformar la piedra en carne, crear a partir de la naturaleza cruda algo que puede ser perenne. No le interesan las convenciones ni los acuerdos sobre lo que es arte y lo que no, no le interesa en lo mas mínimo. Sabe que su momento aurático es aquí y ahora. Se siente afortunado, no por poder observar lo que otros concibieron, sino por saber que su alma está intacta y que sigue latiendo su corazón, que sigue sintiendo, que sigue viviendo. El cuerpo alado ahora llega a una conclusión reveladora: mientras él siga transitando caminos con corazón, el universal se le presentará en armonía. No hay razón para abandonar este viaje. Aquí, allá, en cualquier lugar, en cualquier tierra, tanto en el aire como en el suelo, el viaje es, fue y será, el camino.

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