martes, 14 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

El descanso

La tarde-noche de los Alpes Suizos en un pueblo llamado Lucerna. Oculto en el vendaval un lago, grande, más grande, más grande y aún más grande. Sobre su orilla opuesta la majestuosidad de los Alpes, con su prístina nieve expectante, siempre fría, como la noche afuera. Sobre el lago los cisnes, los patos, las palomas, lo que sea, las formas plumíferas de vida. Un puente revestido en madera, no asombra pero enmarca un paisaje soñado. El cuerpo alado reposa, sentado, tomando un café, con las piernas cruzadas. El calor del interior se traslada al interior de su cuerpo y le brotan como flores las ganas de trazar azules garabatos en blancos papeles horizontalmente lineados. La libreta de notas es pequeña pero poco a poco se va llenando. Los suizos allá fuera, acá dentro, van y vienen prosiguiendo con sus rutinarias vidas quizás notando, quizás no, la presencia de un cuerpo alado proveniente del otro lado del ancho mar. Quizás a nadie le importe lo grande que se siente, lo henchido que siente su pecho a cada respiro. Quizás a nadie le importe qué idioma habla, qué es lo que piensa, qué es lo que lo mueve a escribir. El cuerpo alado absorbe todo y se nutre de todo y de todos. El cuerpo alado, estático, extasiado, degusta cada palabra, cada aroma, cada recuerdo. El alma en regocijo se alinea con los astros ocultos tras las altas montañas nevadas. Quizás a nadie le importe pero al que menos le importa es a él mismo. No tiene, no encuentra, no conoce otra forma de viajar: la de andar el camino.

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