miércoles, 22 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

Con las alas en movimiento

El cuerpo alado despierta en la litera de un tren. Como tantas otras veces. Mira por la ventana y descubre montañas nevadas, bosques de coníferas y edificios abandonados o en ruinas. Esto ya debe ser transilvania, piensa y piensa en condes dráculas e historias fantásticas. Está atravesando el interior recóndito de un remoto país del este europeo llamado Rumania. Es todo lo que sabe por el momento. La litera le parece ahora más cómoda que hace ya diez horas cuando por primera vez se subió a la masa férrea que se desliza sobre las férreas vías. Su cuerpo físico descansó y ahora se siente con ganas de seguir andando. Pero lo que anda por él es el tren. Se levanta y recorre el estrecho pasillo hasta el vagón-comedor. Allí pide un café, que se lo sirven negro, de inmediato, y de inmediato se lo bebe. Ahí reposa su cabeza con los ojos clavados en la ventana, fuera de la ventana. Todo está tan blanco, piensa, como su querida ciudad del sur argentino donde en otra vida también clavó sus ojos en la ventana, fuera de la ventana, en la nieve y las montañas. El cuerpo alado no tiene pensamientos filosóficos o metafísicos en esta parte del viaje. Está en reposo. Siente que más que pensar prefiere ver. Eso es lo que hace, ve el paisaje por la ventana, oye el ruido constante de la locomotora, charla esporádicamente con sus compañeros de viaje, comparte risas, regala palabras. El cuerpo alado ya tiene unos cuantos días en la carretera y siente que ya se acostumbró al movimiento, sus alas se acoplan a las alas de su transporte. El cuerpo alado, paradójicamente, no vuela, transita. No despliega sus alas, sólo se lanza al vacío, confiando ciegamente en el aire. Así, tan natural como para el hombre caminar, como para el pez nadar, como para el ave volar. Tan natural como para un cuerpo alado viajar.

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