viernes, 17 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

La frente sobre el cristal

Luego del descanso poético, el cuerpo alado se dedicó exclusivamente a los aromas y sabores del viaje y al aire ennegrecido de la bohemia. A bordo de otro tubo cilíndrico - vaso comunicante - relata sus aventuras a quien quiera escucharlas. Los edificios de las afueras de Viena pasan sin pena ni gloria por su ventanilla, bañados por un tibio sol matinal que todavía parece tímido, apagado, cansino, como todavía dolido por la nevada de la noche anterior. El cuerpo alado viaja con tres aliados. Sus hermanos en la vida y en la ruta. Con ellos, a su lado, transita lo que en términos temporales viene a ser la mitad del viaje (considerando que a un viaje se lo puede cortar en mitades, no se le parece a la manzana ni en lo rojo de la piel). Alfabetos, idiomas, costumbres, deseos, anhelos y vidas distintas desfilaron frente a sus ojos. Pero el viaje continúa, lejos está de acabarse y la tierra es demasiado grande como para no pensar que este es un viaje más entre muchos otros. El cielo está dentro de uno, y está el infierno también, canta un zaragozano a estas alturas amigo y el cuerpo alado reposa un segundo su cabeza en esa frase. Piensa que jamás estuvo más de acuerdo con una frase. Y sigue: buscalo al cielo en tí mismo. Una delicia en el jardín de las delicias. Y así el camino sigue, entre trenes y canciones, al borde de la vía, sobre el Danubio, un enorme puente lo cruza de punta a punta, el puente colgante hacia el momento aurático. Ése es el momento aurático del cuerpo alado. El Danubio pasa por debajo, sus dos brazos vieneses dejan la impresión de haber cruzado un continente entero. Pero el cuerpo alado no es tonto, sabe que eso sucederá mas adelante. El cuerpo alado toma una gran bocanada de aire, ensancha sus pulmones para empezar a respirar aire eslovaco. Sabe que el viaje continúa al este, con ese incierto rumbo norte omnipresente, con ese dejo a sueño invernal pintado de amarillo y rojo. Por ahora no se sabe mucho más, sólo que el cuerpo alado se despidió cortésmente de un guarda austríaco, cerró los ojos y recostó su cabeza sobre el respaldo de su asiento.

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