martes, 28 de febrero de 2012

Los que se buscan a sí mismos

El límite de lo conocido o la parábola de Moisés-Poseidón separando las tierras

Las vías se van borrando a medida que el tren avanza sobre suelo turco, como los suaves trazos de un lápiz sobre el borde de un papel manchado por la humedad. El cuerpo alado transitó esas vías y las seguirá transitando, ayer, hoy y mañana. No por casualidad son estas mismas vías las que lo trajeron hasta aquí, hasta el centro neurálgico de la frontera oriental de Europa. La historia de los ferrocarriles es siempre la historia de la aventura. El cuerpo alado se reconoce como un aventurero (como aquel aventurero simmeliano, siempre rondando los lindes entre la vida y la aventura) aunque a veces tenga que aceptar que se comporta como un simple turista. Mejor dicho, no como un simple turista, mas bien como un turista de la belleza. Viajando en tubos cilíndricos de diversos tamaños y naturalezas, aspirando cada una de las partículas diminutas de aire que el cielo le regala a sus malogrados pulmones, recordando cada una de las cosas, oyendo el sonido del rocío al caer sobre las hojas, viaja, recorre y transita el continente. Antes de llegar hasta la ciudad de las mil gentes, la ciudad-intersección, el límite del mundo conocido, la nueva Constantinopla, el cuerpo alado se pasea por los jardines de post-guerra de la más desolada Bucarest. Ve una Bucarest post-comunista recuperándose lentamente, muy lentamente, de una guerra interna que no existe más que en las fachadas de los edificios y en los agujeros de las calles. El este dentro del este. Luego, más abajo y más al este, se encuentra con la bella Sofía. Nunca mejor puesto un nombre de mujer-santa. La reina de los balcanes según sus propios pobladores. Tan bella como gélida, tan blanca como la mas hermosa de las heladas matinales. El caos de la religión en su esplendor...y dios, por dios, no tiene la culpa. Y luego nuevamente las vías del tren, la rutina cotidiana de andar sobre una masa cilíndrica de hierro. El tren se acerca al límite de lo conocido, así como el lápiz se acerca al límite de la hoja. Los límites, reflexiona el cuerpo alado, son siempre embriagadores. Por fin el estrecho del Bósforo deja de ser una extraña palabra y sale del Atlas para convertirse en la inmensidad de lo mirable. El cuerpo alado está, ahora físicamente, en cuerpo y alma (alas), en la frontera del mundo, en el límite de los límites occidentales. Aunque más no sean límites geográficos (él sabe bien que los límites humanos son mucho, pero mucho más complejos). No hay más Europa más allá, el este asiático recién comienza al tiempo que el este europeo toca su fin. Cosas de la geografía. Occidente todavía está presente pero no llega a mezclarse en un ciento por ciento con Oriente. El estrecho parece ser mucho más que una mancha de agua, parece ser el lugar donde Moisés con su bastón separó las aguas, sólo que en vez de aguas aquí lo único separado es la tierra. Un Moisés-Poseidón: el híbrido religioso multipropósito. El cuerpo alado piensa ahora que en realidad lo que hay en el estrecho es agua, y sólo agua, líquido, pero también piensa que, como en la hoja, los límites existen, y son palpables, visibles, respirables. El cuerpo alado se piensa ilimitado y no puede concebirse de otra manera, así lo cree y no está lejos de la Verdad. Él es ilimitado pero el mundo no. El cuerpo alado se rehúsa a creer que la Verdad tenga límites pero debe aceptar que la vida los tiene. De la misma manera que el estrecho divide, desglosa y descuartiza Estambul en dos, a veces la vida también aparece fragmentada, dividida. Sin embargo Estambul no es el vacío y la vida no es un recipiente a la espera de su contenido. La vida, como el estrecho, está para ser transitada. El viaje-el camino-la vida. El paralelepípedo simétrico. Los juegos de palabras. El cuerpo alado abrumado por sus propios jugos cerebrales se toma un segundo de descanso y cierra los ojos. Lo tiene bien ganado. Le falta una palabra. El cuerpo alado sabe que la tríada no es suficiente, hay un casillero vacío. Nuevamente aparecen ante él esas cinco letras que lo vienen acompañando simbólicamente desde el principio de este corto viaje-camino-vida. Quizás esas cinco letras sigan estando mañana en el mismo orden que las lee ahora, quizás no, quizás se pierdan en una infinita sopa de letras. Nada de eso le importa porque cree haber llegado al quid de la cuestión, esas letras simbolizan algo que también forma límites y fronteras pero que nunca se resignó a perder ni a darlo por sentado. Esas cinco letras son para él el simbolismo de la cuadratura del círculo, la búsqueda de las búsquedas, el combustible-elixir que alimenta los hornos de las pasiones mas profundas. La vuelta de la tuerca. La amalgama. El cuerpo alado cierra los ojos y se dice a sí mismo: quizás todavía no sea demasiado tarde.

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